El nombre de su futuro niño...
Obra del artista plástico Claudio Gallina
Ese miércoles 27 de abril llego a la escuela normal con equipo de gimnasia y advierto que muchas miradas se posan en mi con un gesto de desaprobación por mi vestimenta. No dicen nada, pero sus gestos lo dicen todo... Yo sonrío.
Cuando llego al curso de 2° año comisión A de la carrera de profesorado de educación primaria los estudiantes ya están ahí y juntos corremos los bancos hacia los costados mientras acomodamos el equipo que usaremos para musicalizar la clase.
También ellos visten equipos de gimnasia y al romper la rutina de estar sentados en los bancos constato sus diferentes estaturas. Empezamos a caminar con música cuando observo nos acompaña un hermoso bebé cercano al año de edad. Una de las estudiantes solicita a la mamá tenerlo en brazos para permitirle a ella hacer los movimientos que requiere la actividad.
Me conmueve ver a este bebé en brazos de una futura docente intentando escribir en el aire su nombre con los dedos, las manos, los hombros, la cintura, algún codo o pie. Pero también empiezo a sospechar que el bebé en sus brazos se vuelve excusa para privarse o defenderse de exponer el cuerpo en la experiencia.
Inmerso en esos pensamientos llama mi atención una estudiante que baila al escribir su nombre, danza feliz. Imprudentemente le digo que escriba el nombre de su futuro niño interpretando que estaba embarazada. Y ¡uf! ¡Situación embarazosa la mía! Mi percepción estaba errada y mi vergüenza se volvió persecutoria ante el hecho de advertir que la danza y la alegría de un comienzo abandonaba su cuerpo y sus gestos. Mi intervención no sólo se volvía inoportuna sino que generaba juicios de otras estudiantes cercanas a ésta que le comentaban en voz alta: "¡Ese tipo de comentarios no se hacen!".
¿Cómo recuperar la batuta, el ritmo, la coordinación de la clase después de semejante "metida de pata"? ¿Cómo intentar abordar el tema de los gestos y disposiciones para el oficio docente después de semejante "papelón" que ubicaba en un territorio de incomodidad a una estudiante que había empezado danzando feliz pero que ahora los gestos la mostraban estructurada y menos libre? Sentía que cualquier palabra enredaba más la situación.
Ese hermoso bebé en brazos de una estudiante y la ternura que me despertaba, me hizo perder la atención sobre la propuesta de la clase y hacer juicios incorrectos que se tradujeron en malestar de otros estudiantes. ¿Qué hacer? No lo sabía.
Sabía, en cambio, que tenía que cargar en mis brazos al bebé y permitir que la compañera con gesto maternal se diera a sí misma el espacio de la experiencia. ¡Eso hice! Y la estudiante recuperó la posibilidad de experimentar las actividades.
Cargar al bebé en mis brazos se volvió un gesto oportuno para facilitar la experiencia de una estudiante solidaria con la mamá. Pero... ¿Qué hacer con las palabras sobre un supuesto embarazo que había soltado inapropiadamente? ¡No lo sabía! Me atormentaba lo sucedido.
Por lo general, cuando desarrollo este tipo de actividades que involucran expresión corporal y juego teatral, no las interrumpo. Pero esta vez sí lo hice, con un recreo. Cuando nos dispusimos a este corte el bebé se había dormido en mis brazos e intentamos con la mamá dejarlo descansar en su carrito. Pero el pequeño advirtió la maniobra y volvió a los brazos de su madre de inmediato.
En la pausa estimé que cobijar a este pequeño fue un gesto oportuno. En cambio, ¿cómo cobijar la imprudencia, la soltura de palabras inadecuadas? Creo que inventé un recreo porque la experiencia me perturbaba.
Al volver a la actividad, luego del recreo, ya no estaba el bebé y su mamá ni otras dos estudiantes. Entre ellas, quien al principio había danzado feliz hasta mi intervención desafortunada. ¡Vaya ironía! El sentido del taller, su propósito o intencionalidad, había sido proponer situaciones en donde experimentar los gestos o disposiciones propias del oficio docente. ¿Qué hacer entonces cuando uno mismo se ve traicionado por ellos?
El taller tenía un momento de reflexión donde se invitaba a la escritura a los participantes. Entonces me sujeté a las consignas y aproveché la ocasión para escribir.
Fue en ese marco que advertí que educar tal vez se trate de eso, de su intento. Aún sabiendo que nos podremos equivocar con un gesto, con una palabra. Y que reconociendo nuestra posibilidad de errar volver a su intento. Volver a la utopía. Pero con la conciencia de nuestros posibles errores y la construcción de nuevos intentos ante posibles desaciertos.
Educamos con nuestros aciertos y también con nuestros desaciertos. Con ambos tenemos la posibilidad de educarnos a nosotros mismos. En ese terreno contradictorio vamos aprendiendo algo de ese maravilloso e imprevisible arte que es educar.
Martín Elgueta, abril de 2011
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