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BIOGRAFÍAS ESCOLARES

Escuela Primaria Rural

Pájaro con Alas Artificiales

Pájaro con Alas Artificiales

Patrica Jaimes

Estudiante Profesorado EGB 1 y 2 en el Valle de Uco. 2° año en 2003. 

Es muy difícil relatar y redactar una historia, una forma de vida, cuando pasaron varios años. Los recuerdos son muchos, te invaden las emociones.Toda mi infancia la viví en un paraje llamado “LA ESPERANZA MISIÓN LA PAZ”. Vivía con mis padres: Agripino Jaimes, Victoria Recaldi y mis doce hermanos de sangre más dos de corazón. Dieciocho personas, vivíamos en el hogar... ¡familia numerosa!.Algunos de mis hermanos mayores estaban cursando la primaria, cada vez que ellos salían camino a la escuela, yo quedaba llorando y mamá me decía: “eres muy chiquita, ya cumplirán los seis años”.En el año 1968 por fin cumplía los tan esperados seis años. ¡Qué alegría!. Ya podía asistir a la escuela. Teníamos que caminar dos kilómetros. Era el primer día de clases, el maestro tenía estilo autoritario y el puntero en la mano. Yo no tenía miedo, hasta que ordenó a un alumno tocar la campana de hierro colgada en la puerta del rancho. Ya era hora de la entrada, formaron filas y cantaron el himno a la bandera. Luego todos en forma ordenada pasamos al aula. Rezamos el Padre Nuestro, el maestro ordenó tomar asiento y la tarea áulica daba comienzo. Ahora, sí sentí un poquito de miedo. El maestro pidió a los nuevos decir sus nombres y nos repartió útiles, cuadernos y lápices. Ya sabía escribir mi nombre, las vocales y algunos números, lo había aprendido de mis hermanos. Al ver que mis compañeritos, la mayoría matacos, no sabían agarrar el lápiz me tranquilicé. Comenzar las clases en la escuelita rancho “PUERTO LA PAZ N° 210” era maravillosos, para nosotros era un orgullo.  La ESCUELA era la mejor... En ese entonces se usaban los pupitres con los agujeros para los tinteros. Pero estos eran muy pocos y debíamos sentarnos de a dos. Colgaba en un costado un pizarrón color negro. En esta escuela rancho daba clases un solo maestro: Eduardo Vilinqui. Había una sola aula con clases múltiples. Chicos con diversidad de culturas ya que Misión La Paz es un punto tripartito. Por lo tanto a la escuela asistían chicos guaraníes que venían del Paraguay, bolivianos, Charotes, Matacos y criollos de la zona. ¡Dios mío, qué mezcla!. El maestro debía darse su tiempo, repartirse para atender las diversas necesidades de los chicos, atendernos a todos por igual. En esos años, no había maestros bilingües como ahora, los que cursaban 4° y 5° grado ayudaban a los que comenzaban 1° grado, a los que sabían menos, con la autorización del maestro.Pasaban los años, aprendía cada vez más, era muy curiosa. El maestro decía que era “aplicada”, ya sabía leer muy bien: “leer de corrido”. Había aprendido de memoria los pocos libros que el maestro tenía. Quería que mis compañeras matacas leyeran igual que yo y trataba de ayudarlas. Los Matacos no utilizan conectores al hablar, de manera que al escribir ponían de manifiesto esta característica. Creo que el maestro notó mi interés y , después que terminaba mis tareas, me nombraba su ayudante. Ser ayudante del maestro era algo muy grandioso. Al llegar a casa después de la jornada escolar, mamá nos esperaba con el almuerzo. Luego cada uno tenía sus tareas, que no debía ser olvidada por ningún otro motivo. Los trabajos se realizaban junto a los padres. Mi tarea era cuidar las ovejas, esperar que pastaran y luego reunirlas en el corral con “Cachito” mi perro y “Juanito” mi chancho jabalí. Había que hacerlo todos los días sin rezongar, de lo contrario te duplicaban las tareas. Me gustaban los animales, lo hacía con agrado y también me gustaba colgarme de los árboles.En 1973 mamá preparaba pan casero y había que repartirlo. Me ofrecí como voluntaria para esta tarea con mi hermano Néstor, pero sin agrado por el trabajo en sí. Mi ofrecimiento era un pretexto para arribar a la repartición aborigen. Una vez allá, me quedaba en la toldería y Néstor y Mauricio –un compañero de la escuela de la comunidad wichi-   hacían el trabajo mientras yo me sentaba con las matacas a mirar cómo tejían tan precariamente. Realizaban artes maravillosas y yo quería aprender. A ellas no les molestaba que las observara, al contrario, se ofrecían a enseñarme. Mis padres me descubrieron y no compartían la idea de que pasara algún tiempo con los Wichi por temor a contagios. Por ejemplo, la tuberculosis era una enfermedad muy arraigada en ellos, pero eso no me importaba. Todos los días, volvía con piojos a casa, yo lo veía como algo común. Era inevitables poder combatirlos.En el año 1974 cumplí los doce años, era muy estudiosa, era considerada alumna inteligente. Aquel que memorizaba las lecciones, recitaba las poesías con mímica era un alumno estudioso. Solo teníamos Lengua y Matemáticas, aunque recuerdo que el maestro nos llevaba a la costa del río Pilcomayo  a observar, dibujar y luego armar una “composición” del contexto. Quizás ciencias naturales estaba relacionado con lengua (viéndolo retrospectivamente). Los contenidos fueron muy pobres, muy vacíos y creo que el objetivo del maestro era que aprendiéramos a leer y escribir. Si esta era su expectativa de logro, puedo decir que lo logró. Creo que ni un solo chico egresaba  sin saber “leer de corrido”, como el maestro decía.En el mismo año, mi atracción por las artes manuales era total. Les rogué a mis padres que quería estar más tiempo en las tolderías con las matacas y lo conseguí. Solo dos horas día por medio, pero sin descuidar mis tareas en casa. Mientras ya sabía bastante de preparar raíces, seleccionar plantas para los colores, algunos tejidos, tallado del palo amargo... y todo con instrumentos precarios. Prácticamente ya era una artesana... Mi aprendizaje lo había tomado de las mejores maestras del arte. Me sentía protegida. Me cuidaban y acompañaban a casa cuando me excedía en los tiempos otorgados para que papá no me pegara. Eran maravillosos.En 1975 cursaba 7° grado. No me alegraba la idea de egresar. Tenía asumido que no podía seguir estudiando debido a que en la zona no había escuelas secundarias, había que viajar a la ciudad si querías asistir a una y papá me había dicho que no podía ser. Respetaba mucho a mi padre y no debía insistir. Seguir estudiando era un sueño frustrado. Solo tenía doce años, pero no debía quedarme sin hacer nada. Por ello seguía frecuentando la repartición aborigen mataca. Me sentía una artesana excelente, sabía más de lo que podía imaginar. Además contaba con el apoyo de mi hermana mayor: Laureana. En el transcurso del año acontecieron muchos sucesos. Llegó a la misión un grupo de personas inglesas y –con el permiso del Cacique- se instalaron en las cercanías de la toldería. Decían ser misioneros anglicanos con la intención de ayudar a los aborígenes. Esto me hacía feliz. Quería que mis compañeros vivieran mejor. Se construyeron fincas para la plantación de algodón y verduras de toda variedad. Así los aborígenes tendrían trabajo. No se preguntaba de dónde salía todo ese dinero, solo se agradecía.También se construyeron casas de adobe con techos de chapas para evitar de esta manera “el chagas”. Una vez terminadas se quemaron las chozas. Pasaron dos días y ¡oh, sorpresa!... todas las casitas tenían un anexo de yuyos, era imposible poder evitar las vinchucas, ellos estaban acostumbrados a esa vida, era su forma, su cultura.En el mismo año tuvo lugar un casamiento. Alicia y Julián, compañeros de escuela, se concubinaron muy jovencitos, casi niños. El ritual del casamiento era particular y especial. Se realizaba en la noche. No tenían un tiempo de noviazgo, era suficiente la atracción física. El ritual era el siguiente: la mataca corre, el joven la alcanza, la toma y la lleva a la choza y allí se encierran hasta el día posterior. ¡Es envidiable, no!.Termina el ciclo lectivo y con él mi trayectoria por la primaria. Los egresados debemos preparar la poesía de despedida: “El adiós a la escuelita querida”. No sentía alegría de dejar la escuela, nuestro tiempo en ella era un descanso. Además de estudiar podíamos jugar con los demás chicos. Era el único lugar donde nos podíamos encontrar y además jugar. En casa teníamos tiempos muy limitados para el juego. Llegó el último día de escuela. Estábamos preparados para el acto de fin de clases. No era importante para mi ni el certificado ni el pergamino que ese día nos entregaban. Lo que extrañaría era a mis compañeras.En aquella época, hace treinta años, en una escuelita perdida en lo más espeso de la selva del norte salteño, donde un solo maestro atendía diversidad de culturas... es invalorable haber aprendido a escuchar, leer, escribir y sacar cuentas en una escuelita tan precaria, donde tenías tan poco a tu alcance. Para mi, era como haber trepado el árbol más alto. Hoy,  los contenidos de la EGB 1 y 2 que estoy viendo no tienen relación ni comparación con mi experiencia. Es como estar recorriendo de un extremo a otro.Viví una infancia muy rica, particular, diferente y muy especial. Nací y crecí en un contexto en donde me enseñarme el respeto por los demás y no avergonzarme de mi linaje y de mis raíces. Toda esta enseñanza que dejaron en mi hoy la vuelco a mis hijos. Mi experiencia de vida sirve para decirles hoy no sólo a mis hijos, sino a toda persona que no le da importancia a lo que sus padres le ofrecen o no aprovecha las oportunidades que tienen a su alcance, que en algún lugar hay personitas a quienes les gustaría hacer y tener cosas pero los medios son tan escasos que es como estirar la mano y sentir que jamás tocaremos, ni siquiera con la puntita de los dedos, lo que quisiéramos tener.Todos tenemos sueños, una cultura... las situaciones de escasez  económicas no nos priva de soñar. Un sueño puede ser frustrado como mi ilusión de seguir estudiando cuando era solo una niña. Pero que esto no nos haga infelices ni fracasados... nunca es tarde cuando ese sueño no ha sido olvidado.